REPORTAJE: LOS VIEJOS MAESTRO DE LA TAUROMAQUIA.
Publicado por
Joaquín Vidal en El País el 23 de diciembre de 1985
A Domingo Ortega, el legendario maestro del pequeño pueblo toledano
de Borox, 80 años a punto de cumplir, 30 que dejó la cátedra por
jubilación voluntaria sin que, desde entonces, nadie haya hecho méritos
bastantes para ocuparla, le duele la cadera, la que le operaron hace dos
años ("en ésa no tenía ninguna cornada y en la otra sí; qué cosas"), y
ni aun arrellanado en la butaca favorita deja de apoyarse en el
bastón. Pero sólo con preguntarle a Domingo Ortega qué es para él torear,
echa pie a tierra y, tirado el bastón, cita adelante la mano, templa su
movimiento, carga la suerte sobre la pierna mala, que se le pone
milagrosamente buena para el arte, y hace llegar hasta la consola de la
estancia de su casa donde nos encontramos al imaginario toro negro, que
entró fiero al pase y salió de él sumiso.
Uno le recuerda: "Cuando usted les andaba a los toros, maestro...".
Se lo recuerda sin ánimo de ofender, ni nada; todo lo contrario. Pero el
maestro se solivianta, menudo temperamento: "¿Cómo que les andaba a los
toros, oiga? ¡Yo me quedaba quieto, para que te enteres!". El maestro
no se pone de acuerdo con el tú y el usted, ni con el término
andarles
a los toros, y él mismo nos da la razón andándole al negro toro fiero,
llevándole sometido, porque ése -proclama- es el fundamento deltoreo.
En los años treinta y cuarenta se decía Ortega y había que aclarar
cuál: ¿el maestro o el filósofo? El maestro Domingo y el filósofo José
fueron muy amigos; había entre ellos una admiración mutua. José Ortega y
Gasset entendió la tauromaquia y Domingo le oyó lamentarse de no tener
tiempo para estudiarla a fondo. Distinto es que los taurinos entendieran
a José Ortega y Gasset. Cuando Rafael El Gallo preguntó, el día que se
lo presentaron, "¿a qué se dedica ese chico tan agradable?", y le
respondieron que era filósofo, sentenció aquella maravilla de
"tIe qu'haber gente pa to".
"Ortega y Gasset era excepcional por muchos motivos", comenta el
maestro; "su cultura y su sencillez me maravillaban. Ahora bien, ja, ja,
no se le podía llevar la contraria. Yo no se la llevaba, claro, pero
porque él siempre tenía razón. El año 1946 fuimos juntos a los
carnavales de Hamburgo. Se vistió de romano, y a mí me hizo vestir el
traje corto. Fue una fiesta enorme. Ortega y Gasset tenía gran
prestancia y poseía una personalidad arrolladora. Las chicas jóvenes le
adoraban. ¿Usted no le conoció? Pues se lo perdió. Cañabate también vino
y se enamoró de una alemanita preciosa que le presentó Ortega. No vea
cómo se enamoró; hasta el punto de que que la fiebre le duró meses. Pero
ésas son cosas de la humanidad".
Usted también era un conquistador, no se lo calle (el maestro pone
carilla de circunstancias cuando se lo decimos) pues hay referencias de
ciertos lances. "No sé...". Se habla, por ejemplo, de que le alivió los
cuidiaos a una famosa
vedette,
junto a un árbol del Grao de Valencia. "Esas cosas, mejor no
recordarlas". Pero algo recuerda: "Precisamente me dijo Domingo
Dominguín, que era mi apoderado: 'Mañana toreas y espero que no estarás
como estuviste anoche con la chavala'. Le contesté: 'Tiene razón, y
durante la temporada no me volveré a acostar con ninguna mujer'. Y lo
cumplí. ¿Sabe usted lo que pasa? Que la cosa sexual hace que te importe
tres pepinos todo. La cosa sexual influye más en la cosa cerebral que en
la cosa física. El torero debe sobre todo concentrarse, o de lo
contrario está más perdido que Carracuca. El toreo hay que vivirlo muy
seriamente".
"Son mis formas"
Los intelectuales advirtieron de inmediato la personalidad torera y humana de Domingo Ortega y buscaron su amistad. El
paleto de Borox,
una inteligencia vivísima, aprendía de los intelectuales y los
intelectuales intentaban entender su maestría. "José Ortega me pedía que
le explicara mi toreo, y yo le respondía: 'Son mis formas". Con el
doctor Jiménez Díaz y con Ignacio Zuloaga tuvo gran amistad. "Esa
amistad fue total. Zuloaga venía a todos los tentaderos de mi ganadería.
Cuando se sintió enfermo de muerte, me llamó y me dijo: 'Quiero
dedicarle unos dibujos que tengo preparados sobre Cervantes'. Los firmó
un día por la tarde, y a la mañana siguiente moría. Su hija me los hizo
llegar, y aquí los conservo".
Pinturas y esculturas enriquecen el gran vestíbulo de la casa de
Domingo Ortega. Hay obras de Benlliure, los dibujos cervantinos,
pinturas de Zuloaga y Solana. "Falta el Solana grande", indica el
maestro, señalando un amplio paño de pared, "pues se lo han llevado al
sitio ese de aquel príncipe con gafas que se casó con la chiquita
española, para que lo vean las gentes de allá, y espero que me lo
devuelvan pronto". BruselasEuropalia admiten estos circunloquios, que da
gloria oírlos. La casa de Domingo Ortega se encuentra en el barrio más
señorial de Madrid. Su famoso retrato en jarras vestido de luces
comparte con el Solana, a ver si lo devuelven, la presidencia del
vestíbulo; y en una consola se alinean las gorras, sombreros y guantes
que cada mañana elige el maestro para ir a su finca. En el saloncito
donde celebramos la entrevista abundan fotos de familia y del torero,
trofeos, diplomas, pinturas y un pequeño busto de arcilla realizado por
Sebastián Miranda.
Domingo Ortega ha perdido mucha memoria, así lo confiesa, pero la
pérdida es selectiva y conserva nítido el recuerdo de lo que importa.
Entre
lo que importa está Cañabate, por quien sintió mucho
afecto y admiración: "Fue una persona excelente. Decía que la crítica
taurina da un trabajo enorme y le creo. Fui testigo de las angustias que
pasaba para escribir aquellas crónicas tan bonitas. Luis Calvo le metió
en eso y le hizo la puñeta. Jamás admitió ni un regalo El Caña.
Prefería pasar hambre antes que pedir nada. Era de una honorabilidad
total".
Había en los años treinta un plantel de matadores extraordinarios y
posiblemente fue la época de mayor plenitud en la historia del toreo.
Ortega parece estar en ello. ¿Y la actual? "El toro marca diferencias
con el toreo de mi tiempo. El de ahora sale noblote, pues tiene menos
movimiento intelectual. Antes había mayor número de toros complicados y
es con ellos con los que se funde el arte de torear".
La biblia orteguiana
En 1940 Domingo Ortega dictó en el Ateneo de Madrid una conferencia
sobre el arte de torear, que causó sensación, y es la biblia taurina.
Fue a instancias de Pedro Rocamora y de Cañabate y hay quien supone que
éste dio forma fiteraria a las ideas del maestro. Sin embargo, el propio
Cañabate nos manifestó, poco antes de su muerte, que la escribió personalmente Ortega, de su puño y letra, a
lápiz, en papel timbrado de un hotel. "El toro coge por error del
torero" es uno de los teoremas de la biblia orteguiana. "El toro no ha
de coger nunca", confirma el maestro. "En la lidia sólo hay dos
verdades: o mandas tú o manda el toro". Esto quizá explique la
convicción popular de que Ortega a un toro malo lo hacía bueno. "Sí,
decían eso. Y significa que el buen torero corrige los defectos del
toro. Si puntea el engaño, en cuanto le hagas creer que puede cogerlo
-pero sin pemitir que lo alcance-, irá más largo, para atraparlo, y
acabará por no tirar derrotes.
Para el punteo, la regla fundamental es
dar y alargar, ¿comprende?".
Geometría del toreo
Cuando les andaba a los toros, echándoles la muleta abajo, ¿notaba
que se le entregaban? "Sí, echándoles la muleta abajo, se entregan. Pero
¿qué es eso de que yo les andaba? Hay que distinguir, joven". Y el
maestro, por ahí el bastón, olvida la cadera, se pone de pie, y torea.
"Se trata", explica, mientras carga la suerte, "de que la muleta, en vez
de quedarla aquí, la quedo allí. Y el toro se obliga, y vuelve, y
entonces yo estoy parado. Claro que luego me vengo allá". Hace la
geometría del toreo con tal pureza que es un gozo. Igualito que en el
festival homenaje a El Gallo, cuando estaba de espectador, acompañado
de Gregorio Corrochano y Thomas, y el público pidió que bajara a matar
el sobrero. Bajó, y toreó de locura.
Quedando la muleta donde
se debía, el novillo surcaba arabescos en torno, sin rozarle el traje de
franela gris, que tras la monumental faena estaba tan impoluto como
cuando lo mudó. Y el público daba saltos de entusiasmo, gritaba
,"¡maestro, maestro!".
A los cánones del toreo
-parar, templar y mandar-, Domingo Ortega
añadió
"cargando la suerte". Y dice por qué: "Sin cargar la suerte, el
toro entra y sale por donde quiere; y no, ha de ser por donde quiera el
torero. Hoy, los muchachos, como no cargan la suerte, dejan al toro tan
fresco después de 50 pases; ¡y eso no es torear! El toro, después de
cargarle la suerte en 8 o 10 muletazos, ha de acabar hecho una birria.
El toreo es también temple, que está en la palma de la mano. Que la
quiera coger y no pueda. El diestro que se deja tropezar los engaños no
torea de verdad, por muy en tipo que se ponga y aplauda el público". A
juicio de Ortega, el mejor fue Curro Puya. Y entre los de la posguerra,
Antonio Bienvenida: "Este muchacho tenía un gran sentido del toreo".
Se ha dicho que de Despeñaperros para abajo se torea y de
Despeñaperros para arriba se trabaja, y ahí discrepa Domingo Ortega.
"Hombre, le diré; yo, que me hice torero para no tener que trabajar...".
De chiquillo vivía en mi pueblo, en Borox. "Nos manteníamos de unas
tierras que poseía mi padre allá en el Tajo. Mi madre murió cuando yo
tenía 15 años, y era el mayor de cinco hermanos. Así que dije: ahora
corresponde que arrime el hombro. Y me hice torero. La afición me venía
de la vecindad de la ganadería del duque de Veragua" (el maestro la
compré años después).
"De manera que decidí probar suerte y me asesoré de Salvador García,
un paisano novillero que, en cambio, él no había tenido la suerte que yo
buscaba. Era el año 1927. Nos fuimos a la novillada de Almorox y uno de
los torerillos sufrió una cornada tremenda. Cogí su muleta y su espada,
y maté al toro. Ése fue mi debú. Luego, todo transcurrió rápido: ocho
novilladas por los pueblos, dos en Tetuán de las Victorias y tres en
Barcelona, al filo del invierno de 1930. Tuve tanto éxito que contraté
la alternativa para el año siguiente en la rnisma plaza. Me la dio Curro
Puya y ese día solemne también armé un alboroto. En Madrid me la
confirmó Nicanor Villalta. Así que se puede decir fui figura nada más
empezar"
.
De 'paleto' a maestro
Desde sus comienzos, Domingo Ortega mantuvo siempre el mismo
estillo. "Salvador García", recuerda, "me había explicado lo que era la
cosa del arte de torear. No obstante, en el primer festejo de Almoi ox,
voy y le junto lo pies al novillo, y en ese momento oigo una voz que me
insulta: '¿Qué haces, desgraciado?". Era Salvador, claro. Al acabar,
dice: 'Me habrás oído. Le digo: ''Sí, y te prometo no volverle a juntar
nunca más los pies, a un toro'. Tenía razón y se la dí: él no había
visto nunca juntar los pies, toreando, ni a Gallito ni a Belmonte".
El
paleto de Borox se transformó en el
maestro de Borox,
un hombre culto, al que admiraban intelectuales. Hizo ganadería, que
aún posee, en el término de Segovia. Contrajo matrimonio con la marquesa
de Amboage, que falleció al poco tiempo de casados, de una septicemia.
Domingo Ortega se casó en segundas nupcias el año 1946 con María
Victoria Fernández y López Valdemoro.
Ortega se retiró en plena gloria y volvió un año después porque se lo
pidió el apoderado, para que le diera la alternativa, en Bogotá, a su
hijo Luis Miguel Dominguín. "Me llamó desde allí y me dijo: 'Estoy aquí
con la familia, sin nada; Domingo ven a salvarme'. Sin pensarlo dos
veces cogí el avión, y le di la alternativa a Luis Miguel, que era un
niño".
Domingo Ortega reapareció en España y siguió en el toreo activo hasta
el año 1954. Después toreó en festivales y en los tentaderos, lo ha
seguido haciendo, sin parar, hasta que ocurrió lo de la cadera. Cuando
cumpla los 80 años, que será dentro de unos meses, el homenaje del mundo
taurino le será debido a Domingo Ortega, el maestro de la ciencia de
parar, templar y mandar, cuya cátedra continúa esperando sucesor.
. sucesor.