Por suerte o por desgracia hoy en día ya no es necesario jugarse la vida para conseguir comprarse un piso, simplemente hipotecas tu futuro, el que lo tenga claro está y firmas un contrato como el que firmarías con la muerte, si un día se te presentase, pero con muchas más clausuras y condiciones que las que te impondría la dama de la noche eterna. Yo, visto lo visto, hubiese preferido porfiar mi existencia ante cualquier "Juan Pedro", astifino y geniudo y prometer luto eterno en caso de derrota a vivir acobardado al hilo del pitón esquivando desahucios fraticidas y euribors que se te cuelan sin atender a la telas ni engaños hasta las mismísimas entrañas.
Desconozco si ayer en Bilbao Saúl Jiménez Fortes le prometió a su hermana que le compraría un piso a orillas del Cantábrico, o tendría que llevar luto por él, como hizo Manuel Benitez "El Cordobés" con la suya. Quizá la hermana del torero malagueño ya tenga uno a orillas del mediterráneo desde donde cierre los ojos cada vez que su hermano se empeña en atropellar la razón y demostrar que a los toros no se va a divertirse sino a emocionarse y que las tragedias habitan fuera de la plaza y no dentro.
Saúl Jiménez Fortes hace apenas un año sólo tenía un vestido de torear azul y oro con el que toreó en Arnedo y en Madrid por San Isidro como novillero, hoy Saúl ya es matador de toros y a buen seguro que en su baúl viajan con él más de un terno a los que se les presenta tan mal futuro como al nazareno y oro con el que ayer volvía a Bilbao tras su doctorado. Los costurones de la seda se zurcirán y los de las carnes abiertas a la altura de la ingle por su primero, cicatrizarán antes de lo que a alguno le tarda en curar un esguince, pero los costurones del alma... ésos, cuesta dios y ayuda repararlos y Saul lo sabía antes y después de la cornada, antes y después de pasar por la enfermería, antes y después de ser vapuleado por su segundo, antes y después de que Bilbao le pidiese por compasión que matara a ése Juan Pedro tan vacío de arte y tan lleno de brusquedad, antes y después de saber que se podía ir de Bilbao llevando luto por él mismo y sin el honor de haber transmitido a los tendidos el miedo y el pavor que supone enfrentarse sobre cualquier ruedo del mundo a un toro de lidia y llevar como único vestido la desnuda honradez de un hombre con cara de niño capaz de hipotecar su futuro por el sueño de ser torero.
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