Ayer estuve en Dax, siempre nos quedará Dax, o por lo menos siempre nos quedará el consuelo de saber que existen lugares donde la fiesta de los toros, y digo la fiesta que no la lidia, es comprendida y respetada como lo que es, una eclosión de sentimientos, de pasiones y de ritos que se van transmitiendo de padres a hijos y de generación en generación hasta conseguir unos cimientos lo suficientemente sólidos como para hacer que su fiesta gire en torno a la figura totémica de un toro de lidia y su toreador.
Ayer volví a sentir esa delirante sensación de saberme partícipe de un acto de fe, de un espectáculo único y grandioso adornado únicamente del valor y la torería de tres hombres vestidos de luces, tres toreros paganos cuyos nombres no retumban en los tímpanos de las muchedumbres, ni pasean sus decoros por platós televisivos, ni son portada de revistas de cuché. Tres toreros cuyas tauromaquias quizás no vayan a ser editadas en grandes volúmenes, ni sus biografías ocupen los primeros puestos en las listas de ventas pero cuya torería dentro y fuera de la plaza debería ser objeto de culto por quienes nos consideramos aficionados al toreo. Diego Urdiales, Sergio Aguilar y Juan del Álamo compartieron cartel en Dax, compartieron un "no hay billetes", similar al que se coloca cuando torea José Tomás pero en francés. Urdiales y Aguilar compartieron también un gusto especial y ya en desuso de ser fieles a sí mismo y no doblegarse ante el sistema que demanda día tras día la ligazón, sea como sea, igual da el resultado final del muletazo, el caso es dárselo de cualquier manera y evitar a toda costa que el toro se pare, rematando la serie con uno, dos e incluso tres pases de pecho para salir así de la cara como si hubieses inventado la tauromaquia. Urdiales y Aguilar apenas gesticulan, apenas rectifican sus pies hasta que el muletazo alcanza el final de sus caderas, paran, templan, mandan y cargan la suerte, de alante a atrás y de arriba a abajo, siempre y cuando el toro lo permita, ésos son sus recursos y sus técnicas y esas deberían ser también las del salmantino Juan del Álamo que ayer en su cuarta corrida como matador de toros demostró que tiene gusto y valor y que el tiempo y las circunstancias lo pondrá a un lado o a otro de los elegidos, los elegidos para gustar o los elegidos para emocionar.
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