jueves, 4 de febrero de 2010

DE LA MANO DE SU MADRE


Nunca fue a los toros, ni tan siquiera cuando su padre llevaba a sus hermanos de la mano a la plaza los días de feria o los domingos del verano. Él se quedaba en casa haciendo compañía a su madre, que pasaba la tarde entera dando puntadas en su vieja mecedora junto a la ventana hasta que la luz se hacía tan tenue que resultaba difícil seguir con la labor, entonces, cambiaba la mecedora y las agujas de coser por el cuchillo y las patatas y preparaba antes de que llegasen su padre y sus hermanos de los toros una tortilla de patata con cebolla tan sabrosa que sólo por el olor que inundaba el rellano de la escalera, ya se había hecho famosa en todo el vecindario.

Una vez sentados a la mesa, su padre comenzaba a narrar detalladamente todo lo acontecido en la corrida, los lances de capa, agarrando la servilleta a modo de capote de cuadros blancos y rojos, las varas tomadas por el toro más bravo, usando de puya la barra de pan aún sin cortar y las banderillas, clavando al quiebro dos tenedores en todo lo alto de la tortilla de patata, y ahí terminaba la lidia porque para ese momento su mujer ya le había cortado la inspiración taurina con un cachete en tol pescuezo impidiéndole así escenificar la faena de muleta o la estocada al vuelapié.

-¿Y como iban vestidos hoy papá?

-De toreros hijo, qué cosas tienes.

-No pero que cómo eran sus vestidos papá.

-Pero a quién le importa eso hijo, haber ido a la plaza con tu padre, como tus hermanos y te hubieses enterao.

-Venga papá dímelo.

Y su padre con más imaginación que memoria, se inventaba para su hijo los vestidos de torear de los tres toreros, los banderilleros, los picadores de turno y hasta los alguaciles.

El niño se hizo mayor y siguió sin ir a los toros ni los días de feria ni los domingos de verano, nunca pudo vencer ése miedo invisible para él que suponían el toro y sus astas en las proximidades de un torero.

Nunca fue a los toros pero siempre supo quiénes eran los toreros de arte, quiénes se arrimaban más o quiénes pasaban más miedo. Nunca fue a los toros pero siempre sabía quién toreaba mejor al natural, quién templaba mejor con el capote o quién se tiraba con el corazón detrás de la espada. Nunca fue a los toros pero siempre tuvo presente la luminosidad de la Maestranza , la importancia de Madrid o el jolgorio de Pamplona. Nunca fue a los toros pero sintió cada cornada a un torero como si el pitón hubiese traspasado sus propias carnes, como si ésa obra de arte sublime en la que se sumerge un hombre frente a una bestia se viese truncada de repente y sin razón por la daga asesina de un pitón desalmado que sólo busca el dolor ajeno y no la belleza del momento. Nunca fue a los toros, pero rezaba cada tarde junto a su madre y le ponía una vela a una imagen de Nuestra señora de los Reyes, como si fuera a hacer el paseíllo su propio hijo.

Nunca fue a los toros, ni tan siquiera la tarde en la que tras jubilarse de su profesión, los toreros, a los que con tanto arte vistió durante décadas, le hicieron un homenaje en la plaza de toros de Madrid. Ni tan siquiera ésa tarde, porque ésa tarde también la pasó junto a su ya anciana madre que fue la que tantas tardes de feria y tantos domingos de verano permaneció junto a él, enseñándole a coser e infundiéndole el animó y el sacrificio necesarios para poder hacer realidad su gran sueño de niño. Convertirse de mayor en el mejor sastre de toreros.




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