Ayer por la tarde, cobijándome del frío y la lluvia, entré en una conocida librería logroñesa y paseando entre sus estanterías repletas de libros, fui a dar con un manuscrito cuyo título me sorprendió, “El arte de odiar”, en la sinopsis de su contraportada explicaba que no todo el mundo está capacitado para odiar y que el odio si se sabe administrar en su justa medida puede llegar a convertirse en un arte, estaba a punto de realizar ese acto de aprobación que es cerrar el libro y ponerlo bajo el brazo para hacerlo tuyo de por vida, cuando una última inspección por sus páginas interiores frustró mis intenciones de comprarlo y me hizo adquirir un ejemplar de “El mismo mar” del escritor israelí Amos Oz, premio Príncipe de Asturias 2007. No me podía quitar de la cabeza “El arte de odiar” y al llegar a casa me vino a la memoria una artículo escrito por el crítico taurino y teatral del diario El Mundo, Javier Villán sobre la obra “Misery” de Stephen King, interpretada por Beatriz Carvajal y Ramón Langa.
ODIO A BEATRIZ CARVAJAL
"Quizá no era mi día. Y si no era mi día, no sé por qué me metí a ver Misery. La conocía del cine, claro; pero el teatro es otra cosa. Odio a Beatriz Carvajal como no odié a Kathy Bates, ¿se llamaba Kathy Bates? No sé si es lícito a un crítico odiar, o amar, a un intérprete por lo que nos comunica de su personaje; acaso sea una prueba de reconocimiento, lo cual me tranquiliza.
El sentimiento lo produce, naturalmente, el personaje; pero el desasosiego, o la compasión, lo provoca la actriz. O el actor. Quizá no elegí el mejor momento para ver Misery, quizá mis centros emocionales estaban agitados por incontrolables terremotos. Quizá Beatriz Carvajal me produjo ese desequilibrio. Las miserias del espíritu alcanzan también la mente de los críticos de teatro. A fin de cuentas es posible que tengamos corazón; véase si no: como contrapeso a la incomoda hostilidad que me suscita Beatriz Carvajal, me conmueve Ramón Langa.
Annie Wilkins-Beatriz Carvajal, granjera desquiciada, tenebrosa enfermera, maruja de mierda colgada de las novelas del corazón. Paul Sheldon-Ramón Langa, pobre y famoso escritor roto y mal recompuesto, a merced de los furiosos vaivenes emocionales de una admiradora devotísima metida, por si fuera poco, a crítica de libros. Beatriz Carvajal, es decir Annie Wilkins, es una mala bestia. Y Ramón Langa, o sea Paul Sheldon, un ser indefenso y dolorido al que esa mala bestia de Annie tortura sin piedad.
El terror no es algo sobrenatural. El terror nace y vive de lo cotidiano. El terror inquietante es el que emana de una apariencia de normalidad. En Misery se insinúa a poco de iniciarse la función. Y va creciendo hasta situaciones de las que, por simpatía o por rechazo, eres cómplice. Que arda la claustrofóbica escenografía de Massagüe, que se incendie el teatro y la bruja perezca; haz un esfuerzo, imbécil, recupérate: envenénala, estrangúlala. Poco a poco parece ir triunfando la inteligencia, la constancia y el disimulo; mas no hay que fiarse. Ni Reguant, que dosifica eficazmente el terror ascendente; ni Ramón Langa, un héroe cercado que nos pone, sin remedio, de su lado con su consistencia de actor; ni Beatriz Carvajal, tenebrosa y sola, inocente, sádica y feroz; nada nos permite escapar de la pesadilla.
Quizá no era mi día, maruja de mierda, demonio, paranoica. Si a la salida del teatro me dicen que Langa te ha envenenado en el camerino, no te rezaré un responso. Pero desde aquí te mando una caja de bombones que espero no compartas con Langa. Bombones envenenados, por supuesto. Para que revientes Beatriz Carvajal."
Artículo publicado por Javier Villán en El Mundo el 30 de marzo de 1999.
En la crítica teatral, decir que se odia a un artista, es el mayor elogio que se puede hacer a su interpretación.
Javier Villán escritor, poeta y crítico teatral y taurino del diario "El Mundo"
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