El hombre yace derrotado al borde mismo de la silla, el alma presa en sus puños apretados, sintiendo el dolor de las uñas clavadas en la palma de su mano. Los brazos, cuelgan inertes desde unos hombros caídos, al igual que sus ojos, clavados al suelo, como si el peso de la pena que soporta fuese lo mismito que una losa sobre lo que era un cuerpo fornido y gallardo. Su traje gris marengo, impoluto y planchado hace apenas un instante con la soleá o la malagueña, parece ahora arrugado y encogido, al igual que su corbata negra con lunares blancos, perfectamente anudada en los cantes de levante, en las alegrías o en La Salvaora, aparenta lucir desanudada por debajo de la nuez.
La guitarra, compañera y amiga, juega con punteos imposibles que nos transportan en leves segundos a otro estado terrenal, ése donde habitan los duendes del flamenco, como queriendo hacer olvidar la pena negra que corroe las entrañas de su cantaor, que no es capaz de abstraerse de su pesadumbre y comienza a entonar las notas de una seguiriya tan desgarradora y dramática que logra que todo el que la escucha, se apiade al momento de su malfario y se compadezca del tormento y la amargura que le acompañan “hasta en el andar” como si fueran las de uno mismo.
Es sólo al final de la pieza, cuando por fin parece expulsar de sus adentros toda esa desgracia y esa angustia que le tenían atormentado porque “ tó los pasos que palante daba, le venían para atrás”. Tras otro paseo genial de la mano de la sonanta , el cantaor jerezano, levanta los ojos del suelo para clavarlos ahora sí en el horizonte de la sala y con sus manos ya abiertas, tensadas y levemente proyectadas al cielo, con una rabia poderosa y contenida, se deshace de su tortura lánzandola con un último quejío hacia el infinito y a su vez liberando a un salón de columnas de Logroño que con el corazón acongojado por el cante de Jesús Méndez y un nudo en la garganta por sus desdichas, rompió en aplausos hacia un cantaor roto de arte y compás, que se retira de espaldas al público para colocarse tras su silla y agradecer la majestuosa interpretación de su guitarrista Manuel Valencia.
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