jueves, 18 de febrero de 2010

SER DE UN TORERO


Recuerdo que uno de mis primeros toreros fue el Niño de la Capea, quizás por éso que nos unía a ambos en aquella etapa de mi vida, la palabra "niño", lo recuerdo entre tinieblas, toreando en la vieja Manzanera y me recuerdo a mí mismo queriendo emularle con una vieja falda vaquera de mi madre, también recuerdo el primer ole, con acento en la "o" que salió de mis cuerdas vocales en dirección a un torero, fue a Julio Robles, desde una delantera de grada del tendido 5, tras un trincherazo del diestro salmantino.
Recuerdo de esos tiempos a Tomás Campuzano y Ruiz Miguel a los que veía como héroes legionarios enfrentándose a los legendarios Miura y que alguna tarde me quedé sin ver a pesar de los esfuerzos de mi padre por conseguir a última hora,una entrada a buen precio. Después vendría la época de los banderilleros, Morenito de Maracay, El Soro y Paquirri al que estreché mi mano a la entrada del patio de caballos días antes de morir en Pozoblanco y al que no pude ver en Logroño porque para entonces ya había alcanzado una altura suficiente como para que a los porteros no les pareciese un niño, y eso que yo intenté apurar ese momento todo lo que pude a base de no "querer crecer", así me veo ahora yo, con apenas 1'65 metros de bajura.
En los ochenta vendría Espartaco que firmaba a cogida por tarde y Esplá con su tercio de banderillas en la corrida del Mundial 82, "la corrida del siglo". Por ésos tiempos también me hice de los toreros veteranos, Antoñete que se empezaba a despedir y Manolo Vázquez que se terminaba de retirar. Un amigo de mi padre me habló de la magia de Paula y Romero y me soltó 5.000 pesetas para que en el viaje de estudios a Sevilla por la Feria de Abril, fuese a verlos. Mi padre me hizo devolverle el dinero, pero yo me quedé con la copla de Romero y Paula. A éstos, le siguieron toreros como Manili, Curro Vázquez, Manzanares o Gallito de Alfaro y también un ganadero, Victorino Martín, tras su veto en España y sus triunfos televisados por la nacional desde Francia.
Más tarde me hice de Roberto Domínguez, tal vez por afinidad de apellidos y de César Rincon por méritos propios del torero humilde, cuando los triunfos en Madrid, abrían las puertas del resto de ferias.
Cuando por mis propios medios económicos me pude sacar el abono de la feria de mi ciudad, fue José Miguel Arroyo "Joselito" el que me cautivó e hizo que mi afición se volviese pasión y llegase a convertirse en obsesión por aprender y conocer los entresijos de tan particular arte.
Una vez conocidos algunos de los entresijos del complicado mundo taurino, decidí no tomar partido por ningún torero y ser de todos y cada uno que estuviese bien, así a veces fui de Joselito, otras de Vicente Barrera, del Tato, de José Tomás, El Juli o Luguillano y hasta incluso de Enrique Ponce, siempre teniendo presente por encima de todas las cosas al toro que se enfrentaban.
A mediados de los 90, me hice "mecenas afectivo" de un novillero sin picadores afincado en Calahorra, manejaba el capote como el mismísimo Rafael de Paula y con la muleta tenía arte y profundidad, llegó a torear novilladas sin picar en Las Ventas y en Bilbao pero el mecenas económico se cansó de sacar a paseo la cartera y aunque logró debutar con picadores en Ampuero cortando dos orejas y saliendo a hombros en un cartel que compartió con Diego Urdiales, su carrera taurina quedó estancada. La afición perdió un torero pero yo gané un amigo, José Donaire.
Esta aventura, me hizo ver los toros de una manera más visceral y menos emotiva, centrándome en las novilladas de promoción como las de Arnedo, la feria de San Mateo de Logroño y mi gran pasión, los tentaderos. Pero cuando creía que había pasado ya mi tren y que las emociones personales habían quedado encerradas en el esportón de Donaire, apareció Diego Urdiales, ése torero que vio salir a hombros a mi amigo en Ampuero y al que en ése preciso día deseé que no triunfara, porque el ser de un torero a veces te hace perder la percepción de la realidad, minimizando los defectos de tu torero para maximizar los del compañero de cartel con la única finalidad de salir victorioso, pero de los errores se aprende. Pues bien, Diego Urdiales, poco a poco se fue convirtiendo en mi torero, al fin y al cabo era el único que quedaba en pie en La Rioja tras retirarse Pedro Carra, Pérez Vitoria y El Victor. Fue haciendo que mi manera visceral y poco emotiva de ir a los toros se convirtiera de nuevo en ferviente y apasionada, consiguiendo emocionarme hasta en tentaderos y muchos años antes incluso de arrancar aquella oreja en Madrid el 13 de mayo del 2008 en el comienzo de un largo viaje del que espero no bajarme en mucho tiempo. Por eso soy de Diego Urdiales y lo defiendo a ultranza aunque sin tapar sus errores que alguno tendrá y le doy las gracias al igual que a todos y cada uno de los que han pasado por vida taurina desde aquel Pedro Gutiérrez Moya "El niño de la Capea" al que tantas veces quise emular en mi niñez.

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