Hacía más de un mes que conocía la noticia. Diego Urdiales volvería a pisar el ruedo de las Ventas. Qué bonito. Desde ese mismo instante, una ilusión y una esperanza se apoderan de tí y una imagen se representa en tu imaginario a cada instante, la de un torero cruzando el umbral de la puerta de Madrid.
Se va acercando el día en cuestión 3 de octubre de 2010, estás con el torero, lo ves entrenar, lo ves vivir en torero, hablas con él , con los banderilleros, con sus amigos, con el apoderado, te cuentan que la corrida del Puerto está bien presentada, no tan grande como la de Bilbao y piensas en la de San Isidro, con cinco toros extraordinarios que no supieron aprovechar El Cid, Castella y Rubén Pinar y se te vuelve a presentar la imagen del torero arrastrado por las masas hacia la calle de Alcalá, mirando al futuro con esa mirada profunda y seria del que sabe que todo lo que tiene en esta vida se lo ha ganado con su esfuerzo y sus cojones.
LLega el día en cuestión, te zampas 340 kilómetros para estar en Madrid a las 11:30 de la mañana y presenciar una novillada sin picadores matinal, final de la escuela taurina de Madrid en la que actúan Álvaro Montalvo, Fabio Castañeda y Luis Gerpe que a la postre sería el ganador de la final. Te encuentras con familiares y amigos de Diego que te cuentan que el sorteo le ha sido favorable, "a priori" el toro más bonito del encierro y como uno es creyente, pues se lo cree y se marcha a comer con más ilusión y esparanza si cabe y con la Puerta Grande de las Ventas frente a tí hecha realidad y de cuerpo presente, pero todavía con su cerrojo y sus goznes atrancados. Durante la comida con mi amigo Pablo, mi amigo Isidro, otros dos buenos aficionados Donostiarras y un ilusionista Catalán afincado en Madrid desde hace muchos años y con el que es una delicia conversar, brindamos por un objetivo común, la dichosa Puerta Grande. Tras la comida te vas acercando a las Ventas y se apodera de tí nada más observar la monumental, un no sé qué, que te paraliza los sentidos y te hace pensar en cómo se debe de encontrar en ésos momentos el propio torero metido en el coche de cuadrillas camino a la plaza.
Entras a la plaza, ocupas tu localidad y la ilusión se vuelve preocupación, te entran las dudas, y si hoy vuelve a no ser el día, y miras las banderas agitadas por un fuerte viento racheado y observas las nubes negras que se acercan por Toledo, y empieza a llover instantes antes de empezar el paseillo y los tendidos se llenan de paragüas y la gente se encoge en sus chubasqueros y los toros que salen por chuiqueros son una mierda, y los que embisten no le tocan a Diego Urdiales y los que le tocan a Diego Urdiales son protestados, con razón, por su impresentable presencia y te desesperas al escuchar que no esta puesto en el sitio, y se la vuelve a jugar poniéndose en el sitio de un toro que no se merecía ni el intento de justificarse y le vuelve a salir otra mierda de toro que huye de la muleta y Urdiales trata de perseguir su sombra tras el. Una sombra que no existe porque el sol se volvió a nublar una tarde más en las Ventas y la Puerta Grande sigue ahí, esperando a un torero que se la merece y que un día la abrirá, con suerte o sin ella, pero estoy seguro que la abrirá.
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