Gonzalo Ortigosa, ciudadano del mundo. Escultor. Mañana concluye en la Galería Lumbreras de Bilbao su estudio de investigación titulado "entre 1915 y 1958". Como el escalador que abre una nueva ruta a través de la pared agreste de uno de esos picos malditos del Everest, Gonzalo intenta abrir una nueva vía escultórica y se sitúa entre el pintor ruso Kazimir Malevich y el escultor vasco Jorge Oteiza, entre el movimiento suprematista del primero y el desarrollo de los cubos metafísicos del segundo. Lo realmente increible de esta obra es que el propio autor intenta hacerte creer que simples piezas de hierro que parecen salidas de los desperdicios de cualquier fundición del Bidasoa, instaladas sobre una superficie plana, se convierten en una "breve historia del camino irregular, camino de la nada hacia el todo".Pero lo realmente increible de la exposición, es que además de intentarlo, lo consigue a través de la proyección de un documental de unos diez minutos de duración que repasa la historia de la pintura desde el italiano Giotto hasta las Meninas de Velazquez y la utilización del espacio y los planos en sus cuadros, documental que debería estar más subvencionado que la mayoría de las deficitarias películas a las que patrocina el ministerio de cultura.
Diego Urdiales, mi torero. Matador de Toros. A punto de dar por finalizada su temporada, aunque matase su última corrida el 4 de octubre en la feria de Otoño de Madrid, él sigue entrenando y pendiente del teléfono hasta que concluye la última feria de España. Cómo no lo va a hacer si lo ha hecho durante varias temporadas cuando no tenía ni un sólo contrato a la vista. Su trocito de la plaza de toros de Arnedo en donde entrena de salón, es como su pequeño laboratorio en el que Diego mezcla cual alquimista, componentes sagrados que sólo él es capaz de conseguir, los prueba y los aprueba y los guarda con secreto en su esportón de derviche, el mismo en el que guarda el alma de cada una de las miles de faenas que lleva realizadas desde que un día tuvo la idea que no el sueño de ser torero. Hoy en día según sus compañeros y gracias al ministro Rubalcaba se le puede considerar un artista, para mí sigue siendo Diego Urdiales, ése torero de Arnedo que esconde en sus manos el temple y la profundidad con la que más de uno sueña.
Tuve la suerte el pasado sábado junto a un reducido grupo de amigos unidos por similares pasiones, de situarme entre Diego Urdiales y Gonzalo Espinosa. Descubrí y admiré el arte y la ciencia que les rodea, arte y ciencia o ciencia y arte que a veces aunque parezcan distantes en el espacio y en el tiempo, puede que no lo estén tanto y acaben por caminar la una junto la otra como sucedió el sábado en Bilbao.
Gonzalo Ortigosa y Diego Urdiales paseando por Bilbao.
Diego Urdiales, mi torero. Matador de Toros. A punto de dar por finalizada su temporada, aunque matase su última corrida el 4 de octubre en la feria de Otoño de Madrid, él sigue entrenando y pendiente del teléfono hasta que concluye la última feria de España. Cómo no lo va a hacer si lo ha hecho durante varias temporadas cuando no tenía ni un sólo contrato a la vista. Su trocito de la plaza de toros de Arnedo en donde entrena de salón, es como su pequeño laboratorio en el que Diego mezcla cual alquimista, componentes sagrados que sólo él es capaz de conseguir, los prueba y los aprueba y los guarda con secreto en su esportón de derviche, el mismo en el que guarda el alma de cada una de las miles de faenas que lleva realizadas desde que un día tuvo la idea que no el sueño de ser torero. Hoy en día según sus compañeros y gracias al ministro Rubalcaba se le puede considerar un artista, para mí sigue siendo Diego Urdiales, ése torero de Arnedo que esconde en sus manos el temple y la profundidad con la que más de uno sueña.
Tuve la suerte el pasado sábado junto a un reducido grupo de amigos unidos por similares pasiones, de situarme entre Diego Urdiales y Gonzalo Espinosa. Descubrí y admiré el arte y la ciencia que les rodea, arte y ciencia o ciencia y arte que a veces aunque parezcan distantes en el espacio y en el tiempo, puede que no lo estén tanto y acaben por caminar la una junto la otra como sucedió el sábado en Bilbao.
Que bonito tiene que ser, compartir mesa y tertulia con esos amigos a los que citas y poder aprender o apreciar cosas que ni imaginas que existían.
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