Desprende aroma a Chenel
este otoño macabro e incierto,
aroma a torería añeja,
macerada por el tiempo
y los rojos ladrillos de Las Ventas.
Chenel es oro al natural
y bronce milenario al trincherazo.
Chenel es golondrina que gobierna los tendidos
que no es capaz de posarse en la arena por respeto.
Respeto a la vida, respeto a la muerte,
respeto al toro y al torero.
Chenel es brisa de agosto y vendaval de primavera,
Chenel son las querencias y las contraquerencias,
el patio de cuadrillas y el del desolladero.
Chenel son dos cigarros antes del paseíllo,
con la montera calada y liado el capote de paseo.
Sueña despierto Chenel
en lo alto del tendido,
que el toro blanco de Osborne,
ese de nombre "Atrevido",
vuelva a salir por chiqueros,
como aquellos San Isidros
en los que se paró el tiempo
y alborotó los sentidos,
ahuyentando para siempre
pensamientos negativos.
Chenel agarra el capote,
sale al tercio decidido,
lo acaricia, lo somete
y lo torea de vicio,
pero esta vez no lo pincha
consumando el sacrificio.
Sueña Chenel que pasea
a hombros de la eternidad.
Chenel y su tauromaquia,
Chenel y su eternidad.
La eternidad de su aroma,
su muleta, su verdad,
su mechón su torería,
su voz ronca, su citar,
su vestido lila y oro,
su pausado caminar.
Desprende aroma a Chenel,
este otoño desalmado.
Aroma de fuego y paz,
de corazones helados,
de tendidos que oscurecen,
de toreros olvidados,
de luces que dan mucha sombra
aunque se estén apagando.
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