Se dice que cada español alberga en su interior, un seleccionador nacional de fútbol, un presidente del Gobierno y esto lo añado yo, un empresario taurino. ¿Quién no se ha puesto a configurar más de una vez los carteles de la feria de su pueblo elucubrando combinaciones de toros y toreros? Seguro que la mayoría de los que nos consideramos aficionados lo habremos hecho en alguna ocasión. Pero con toda probabilidad los que nos hemos dedicado a imaginarnos empresarios taurinos no hemos traspasado ésa línea imaginaria que va más allá de la confección de unos carteles.
El ser empresario taurino, no sólo consiste en elaborar unos carteles formados por una serie de toreros y una serie de ganaderías, el ser empresario taurino, conlleva como todo en esta vida una serie de obligaciones morales y contractuales.
Si la plaza es de tu propiedad y las administraciones públicas te dan los permisos pertinentes para la realización de los festejos, la única obligación que tienes a parte de la moral, es cumplir con los contratos y ofrecer el espectáculo conforme al reglamento.
Si la plaza es propiedad del pueblo o ciudad, es decir de su Ayuntamiento o Comunidad Autónoma, la cosa cambia y el empresario taurino deberá ajustarse a un pliego de condiciones de obligado cumplimiento para la empresa a la que se adjudique la explotación de la plaza. Estos pliegos suelen versar sobre el número de festejos, las fechas en las que se celebren, la categoría de los diestros actuantes, la cuantía de la subvención, si la hubiese, por parte de la administración al empresario, o el canon, en el caso de que fuese el empresario quien tuviera que pagar por hacerse con la gestión de la plaza.
A partir del momento en el que el empresario taurino es gestor de la plaza en cuestión, empieza a hilvanar los carteles, reseña los animales, contacta con apoderados, cierra fechas, te pongo al tuyo aquí y tú me pones al mío allí, habla con los veedores, haced lo que queráis, pero que venga la figura. Y cuando tiene todo atado y bien atado, presenta los carteles en el pueblo o ciudad donde se van a celebrar los festejos. Habitualmente ése día el empresario taurino suele ir acompañado del concejal de festejos o incluso del alcalde de la localidad. Suele ser así por dar imagen del consistorio y para que no se pierda el susodicho empresario ya que por lo general es la primera o segunda vez que pisa el pueblo en todo el año.
Una vez presentados los carteles, llega el turno de los permisos, que se solicitan a las administraciones públicas. Junto a la solicitud presentada por el señor empresario han de costar: el certificado del arquitecto en el que conste que la plaza reúne las condiciones de seguridad para celebrarse el espectáculo, el certificado del jefe del equipo médico-quirúrgico constatando que la enfermería se encuentra dotada del equipamiento adecuado para solventar cualquier percance y certificación veterinaria de que los corrales y chiqueros se encuentran en las condiciones de higiene óptimas para el enchiqueramiento de reses. Todos estos certificados se obtienen previo pago de las tasas fijadas por los diferentes “gremios”. También se deben presentar las copias de los contratos de los matadores y su registro en la Seguridad Social, el contrato de compra-venta de las reses, certificaciones del libro Genealógico de la raza bovina de las reses que se van a lidiar incluyendo los sobreros, el contrato de la cuadra de caballos, si el festejo es picado y la póliza del seguro de responsabilidad civil que cubra cualquier incidente que se pueda ocasionar en el recinto. Toda esta documentación está obligado a presentar el empresario para recibir el permiso por parte de la administración pertinente para celebrar el festejo en cuestión.
Una vez que la empresa cuenta con el permiso, llega el momento de publicitar el espectáculo para que la gente se de por enterada y acuda al mismo. Normalmente las plazas cuentan con un número de asistentes fijos que acuden a los festejos anuncies a quién anuncies, a este tipo de personas se les llama abonados, pero en la actualidad es una especie en extinción gracias a los abusos de las empresas.
Llega el día del festejo, por lo general el día grande de las fiestas patronales. Si todo ha transcurrido sin problemas las reses anunciadas se encontrarán en los corrales de la plaza esperando el sorteo y enchiqueramiento. Los matadores estarán, a no ser que hayan causado baja por percance o por poca vergüenza, descansando en el hotel. Los aficionados ansiosos por que llegue la hora de inicio y el empresario impaciente, entra y sale de las taquillas, mira al cielo, no se sabe si implora para que llueva a cántaros y se suspenda, o para que apriete la canícula y se cumpla lo de sol y moscas. Los apoderados llamando al despacho de la empresa para exigir los emolumentos de sus poderdantes, a lo cual la empresa habitualmente les invita a pasarse después del festejo a ver cómo ha ido la cosa. Es curioso el asunto porque los profesionales taurinos, toreros, banderilleros o picadores que tras hacer el paseíllo se van a jugar la vida ante el toro, son prácticamente los únicos a los que no se les ha satisfecho su contrato, mientras que arquitectos, médicos, veterinarios, etc, ya han sido liquidados previamente. En las plazas serias donde habita el empresario serio, los contratos se hacen efectivos por la mañana pero si el empresario desciende de la familia de los trileros, vaya usted a saber cuándo se puede llegar a cobrar. No te preocupes que ya te...... Qué falta de moral, por no decir otra cosa.
Así que yo creo que si fuera empresario taurino, y viendo todo el trabajo que ocasiona dicha responsabilidad, haría unos carteles atractivos, con unos toros encastados, íntegros y con el trapío conforme a la categoría de mi plaza. Contrataría a toreros del agrado de los aficionados. Trataría de involucrar en la feria a todo el pueblo, haciendo que los toros sean una costumbre arraigada como ha sido a lo largo de la historia. Abriría el recinto taurino al uso público de cuantas personas quieran, promoviendo exposiciones de arte, talleres, adecentando locales para el disfrute de asociaciones culturales y taurinas del pueblo o ciudad. Si yo fuera empresario taurino ofrecería entradas para los menores a bajo precio, no es lógico que un niño de doce años tenga que pagar 50euros por presenciar una corrida de toros junto a su padre. Si yo fuera empresario taurino trataría de atraer hacia mi plaza al mayor número de espectadores con campañas publicitarias y con lo más importante, el boca a boca, ofreciendo calidad y diversión. Si yo fuera empresario taurino, pagaría a todo el mundo a las doce de la mañana y no dejaría deudas atrasadas para años venideros. Y lo más importante del mundo, si yo fuera empresario taurino nunca perdería la llave de la puerta de toriles.
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