He de reconocer que nunca fue santo de mi devoción, aunque en su etapa de novillero me llegase a ilusionar por su bisoñez y atrevimiento, ganó el Zapato de Oro de Arnedo en 1997, y en los primeros años de matador me agradase por su entrega y por su afán de subirse a toda costa al tren del éxito. Lo consiguió Miguel Abellán más pronto que tarde, logrando abrir la Puerta Grande de Las Ventas un 2 de junio del año 2000 en su segundo año de alternativa. El de Usera se estaba convirtiendo en indispensable en las todas ferias importantes de España, Francia y América y estaba apoderado por la Casa Chopera una garantía de éxito para el devenir de su carrera. Pero hubo circunstancias en la trayectoria de Miguel Abellán que hicieron que cuando se encontraba en la cúspide de su carrera, gozando del reconocimiento del público y de la prensa y toreando un número considerable de festejos a lo largo de la temporada, ésta se viese frenada, no en seco pero sí considerablemente. La Casa Chopera dejó de apoderarlo y de torear unas ochenta corridas, pasó a anunciarse más o menos la mitad en las sucesivas temporadas. Quizás fuese el carácter del torero lo que causó tales circunstancias, quizás el torero y su entorno no supieron administrar los triunfos conseguidos y se vieron inmersos en continuas grescas y enfrentamientos con aficionados, compañeros y prensa taurina, alcanzando el punto más lamentable cuando el padre del torero fue condenado en 2001 por agredir a un prestigioso crítico taurino en Logroño durante la feria de San Mateo de 2000. A partir de ese incidente la figura de Abellán pareció entrar en un bucle en el que la prensa le medía cada una de sus actuaciones y la afición, sobre todo la de Madrid, se puso de uñas contra su figura y lo que antes era desparpajo y buen hacer, ahora eran falta de técnica y de oficio.
Pasaban las temporadas y la carrera fulgurante de Miguel Abellán parecía diluirse, cada vez contaba menos para las empresas y sus apariciones en saraos y en prensa del corazón, debido a sus relaciones sentimentales, ocupaban más titulares que su faceta como matador de toros.
En las últimas temporadas parecía que Miguel Abellán quería volver a subirse al tren del que nunca debió bajarse, una faena bordando el natural a un toro de "El Cortijillo" al que pudo desorejar de no fallar con los aceros hacían presagiar que la madurez se había instalado en el alma rebelde de Abellán. En la pasada feria de San Isidro 2011, un toro de La Palmosilla le infirió una aparatosa y grave cornada en la boca, abriéndole el labio, causándole destrozo de varias piezas dentales y un serio traumatismo craneal, fue intervenido con éxito del percance, recuperándose por completo de las lesiones.
El pasado viernes compartía Miguel Abellán cartel en la Feria del Pilar de Zaragoza con Juan José Padilla ante toros de Ana Romero. Se les veía a Abellán y Padilla hablar amigablemente antes del comienzo del festejo sobre "sus cosas". Padilla le hacía gestos y parecía preguntarle sobre la cicatriz que le había dejado la cornada de Madrid y Abellán seguro que le decía a Juan José que ya lo había superado, aunque todos los días se la tuviera que ver reflejada en el espejo.
Antes de salir ese fatídico "Marqués" de Ana Romero, también se les vio debatir en uno de los burladeros de La Misericordia. Después no hace falta repetir lo que sucedió. La siguiente imagen una vez que Padilla entró en la enfermería y se comprobó, gracias a las repeticiones del Plus, la gravedad de la cornada, es la de un torero roto, con la cabeza apoyada en una de las puertas de acceso al ruedo tras acompañar a su compañero en un viaje horroroso e interminable. Miguel Abellán estaba destrozado, el toro había corneado a Padilla, pero Abellán sentía esa cornada en lo más profundo de su alma torera, un alma partida por la mitad, hecha añicos, hecha unos jirones que difícilmente podrán ser reconstruidos. Abellán, como director de lidia, tuvo que matar el toro que hirió a Padilla, pero Abellán llevaba una cornada tan grande y dolorosa como la de su compañero y amigo, una cornada que tardará más en olvidar que la que le produjo la cicatriz que se ve cada mañana.
Al término de la corrida seguía Abellán inmóvil, con los dos antebrazos apoyados en el burladero, la mirada humedecida perdida en el infinito, conteniendo la rabia, impotente ante los designios de una profesión tan bella como cruel en la que se pasa del triunfo a la derrota en milésimas de segundo, en la que un paso mal dado puede suponer la mayor de las desgracias y en la que nunca puedes saber por cual de las puertas saldrás.
Las lágrimas de Abellán dignifican una profesión, la de torero, la de matador de toros, la de torero de plata, picador, mozo de espadas o ayuda, todos a su manera se juegan la vida en una plaza cada tarde de corrida. Las lágrimas de Abellán demuestran que debajo del vestido de torear hay seres humanos que sienten y padecen, que en el toreo no solo cuentan los trofeos, para mí las lágrimas de Abellán suponen un gesto de hombría y torería similar al de cruzar una Puerta Grande. Desde aquí me reencuentro con un torero que no fue santo de mi devoción pero por el que a partir de ahora procesaré una fe especial. Espero que puedas superar los amargos momentos vividos en Zaragoza y superarlos, como estoy seguro que lo hará Padilla, y seguir pisando los ruedos del mundo para que humildes aficionados como yo podamos seguir contando y cantando las grandezas del toreo.
FUERZA ABELLÁN. FUERZA PADILLA.
Pasaban las temporadas y la carrera fulgurante de Miguel Abellán parecía diluirse, cada vez contaba menos para las empresas y sus apariciones en saraos y en prensa del corazón, debido a sus relaciones sentimentales, ocupaban más titulares que su faceta como matador de toros.
En las últimas temporadas parecía que Miguel Abellán quería volver a subirse al tren del que nunca debió bajarse, una faena bordando el natural a un toro de "El Cortijillo" al que pudo desorejar de no fallar con los aceros hacían presagiar que la madurez se había instalado en el alma rebelde de Abellán. En la pasada feria de San Isidro 2011, un toro de La Palmosilla le infirió una aparatosa y grave cornada en la boca, abriéndole el labio, causándole destrozo de varias piezas dentales y un serio traumatismo craneal, fue intervenido con éxito del percance, recuperándose por completo de las lesiones.
El pasado viernes compartía Miguel Abellán cartel en la Feria del Pilar de Zaragoza con Juan José Padilla ante toros de Ana Romero. Se les veía a Abellán y Padilla hablar amigablemente antes del comienzo del festejo sobre "sus cosas". Padilla le hacía gestos y parecía preguntarle sobre la cicatriz que le había dejado la cornada de Madrid y Abellán seguro que le decía a Juan José que ya lo había superado, aunque todos los días se la tuviera que ver reflejada en el espejo.
Antes de salir ese fatídico "Marqués" de Ana Romero, también se les vio debatir en uno de los burladeros de La Misericordia. Después no hace falta repetir lo que sucedió. La siguiente imagen una vez que Padilla entró en la enfermería y se comprobó, gracias a las repeticiones del Plus, la gravedad de la cornada, es la de un torero roto, con la cabeza apoyada en una de las puertas de acceso al ruedo tras acompañar a su compañero en un viaje horroroso e interminable. Miguel Abellán estaba destrozado, el toro había corneado a Padilla, pero Abellán sentía esa cornada en lo más profundo de su alma torera, un alma partida por la mitad, hecha añicos, hecha unos jirones que difícilmente podrán ser reconstruidos. Abellán, como director de lidia, tuvo que matar el toro que hirió a Padilla, pero Abellán llevaba una cornada tan grande y dolorosa como la de su compañero y amigo, una cornada que tardará más en olvidar que la que le produjo la cicatriz que se ve cada mañana.
Al término de la corrida seguía Abellán inmóvil, con los dos antebrazos apoyados en el burladero, la mirada humedecida perdida en el infinito, conteniendo la rabia, impotente ante los designios de una profesión tan bella como cruel en la que se pasa del triunfo a la derrota en milésimas de segundo, en la que un paso mal dado puede suponer la mayor de las desgracias y en la que nunca puedes saber por cual de las puertas saldrás.
Las lágrimas de Abellán dignifican una profesión, la de torero, la de matador de toros, la de torero de plata, picador, mozo de espadas o ayuda, todos a su manera se juegan la vida en una plaza cada tarde de corrida. Las lágrimas de Abellán demuestran que debajo del vestido de torear hay seres humanos que sienten y padecen, que en el toreo no solo cuentan los trofeos, para mí las lágrimas de Abellán suponen un gesto de hombría y torería similar al de cruzar una Puerta Grande. Desde aquí me reencuentro con un torero que no fue santo de mi devoción pero por el que a partir de ahora procesaré una fe especial. Espero que puedas superar los amargos momentos vividos en Zaragoza y superarlos, como estoy seguro que lo hará Padilla, y seguir pisando los ruedos del mundo para que humildes aficionados como yo podamos seguir contando y cantando las grandezas del toreo.
FUERZA ABELLÁN. FUERZA PADILLA.
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