Esto, lo pensaba hace pocos días, cuando vi el spot
publicitario de una marca de embutidos que cada navidad intenta sacudirnos el
corazón y tocarnos la fibra sensible a la vez que expone su muestrario de
fuets, longanizas y demás artículos de “culto”.
En esta campaña 2013 la actriz tragi-cómica Chus Lampreabe
nos sumerge en una especie de mercadillo de oportunidades que te da la
bienvenida a lo Mr Marchall con un letrero luminoso colgado de balcón a balcón con la siguiente leyenda: HAZTE EXTRANJERO.
Cada puestecillo a modo de stand representa a un país, obviamente foráneo, que
extiende a diestro y siniestro certificados de nacionalidad a algunos de
nuestros mejores y peores cómicos (políticos, yernos, infantas y corruptos en
general no incluidos.)
Confieso que en algún momento puntual del reclamo
publicitario, mis ojos se empezaron a rasgar y un molesto nudo ballestrinque se
amarró en mi pescuezo haciendo harto dificultoso el tránsito salivar. Por
suerte coincidió que en ese preciso instante no había nadie en el salón de
casa, a éste hecho puntual ayudó bastante la circunstancia de que yo viva solo
y no abra la puerta a ningún bicho viviente, exceptuando negras con puntillo, porque
donde esté una negra con puntillo, que se quite un silencio de corchea. El caso
es que me repuse con gallardía de mi puntual flaqueza transitoria y terminé
tarareando la musiquilla de fondo elegida para ambientar la recreación, una
versión cañí del “My Way” que interpretó con éxito Frank Sinattra pero cuya
letra había sido escrita por Paul Anka. El mensaje final:
“UNO PUEDE IRSE, PERO
NO HACERSE”
QUE NADA NI NADIE NOS QUITE NUESTRA MANERA DE DISFRUTAR DE LA
VIDA...
te deja engullido en el sofá con el pecho henchido cual legionario
jurando bandera en el tercio Gran Capitán o cual parado de larga duración recibiendo
una oferta de trabajo como doblador de películas de cine mudo en los Estudios
Cinematográficos de la Ciudad de la Luz. Yo, como soy más de interiorizar, una
vez superada la flaqueza inicial, más por pillarme desprevenido que por otra
cosa, me puse a cavilar sobre cual sería, a estas alturas, o bajuras de mi
vida, el país del que yo me haría, o al que me iría y en el que nada ni nadie me
quitase mi manera de disfrutar de la vida. He de reconocer, si han aguantado hasta aquí se habrán dado cuenta, que
yo soy un hombre de mundo, no del de Pedro Jota aunque también, pero yo me
refiero al mundo real, al de la calle, la universidad de la vida, que es lo que
suelen decir los que no han pisado la otra, como es mi caso y que me quedan pocos lugares por conocer, es por eso mi hablilidad para no perderme allá donde vaya.
Empezaré diciendo que yo nací en Logroño y logroñés soy, he
sido y seré, en su día me agarré a la bandera de mi región y a la de mi equipo como el bebé que
duerme plácidamente cada noche con su sabanita preferida y no la suelta hasta
ser poseído por Morfeo, yo me embutía en mi estandarte y lo defendía por los estadios de Iberia hasta que
veía volar hacia mí persona un puño o un puntapié, momento en el cual
soltaba el insignificante trozo de tela
y ponía en funcionamiento mi aparato motor, que siempre me ha dado grandes
resultados para poner tierra de por medio. Pasada la fiebre regionalista, que no independentista, decidí abrir
fronteras y me hice de Gibraltar, como los monos, para llamar la atención de
una chica a la que yo ponía ojitos pero que no me hacía ni puto caso. De sobra cabe
explicar que el plan de hacerme Yanito fracasó estrepitosamente y la susodicha acabó casada con
un contrabandista venido a menos que acabó aprobando unas oposiciones para
Funcionario de Aduanas y destinado en la Lïnea de la Concepción.
Olvidado el desaire y superada la vergüenza inicial opté por hacerme
oriundo, que era una fórmula que utilizaban los jugadores de fútbol
sudamericanos para poder fichar por equipos españoles y no ocupar plaza de
extranjero. El problema era que yo en realidad no ocupaba plaza de extranjero,
a no ser que cruzara el charco, así que emulando a un hermano de mi abuelo que
lo mandaron a la Argentina para que no siguiera haciendo de Don Tancredo en las
plazas de toros, me hice italo-argentino. Cambié mi apellido por el de
Olivetti, como las máquinas de escribir y así aunque oriundo a la inversa,
siempre mantendría mi pasado Hispano. Volví a fracasar en mi aventura ya que el
único club que se interesó por mí fue el Deportivo Alcanadre Club de Fútbol que
en el mercado invernal quería reforzar su plantilla de cara a ser uno de los
grandes de la ribera. Problemas con el transfer frustraron mi debut con el equipo de mi
pueblo materno y quién sabe si también mi fulgurante futuro balompédico.
Tras
mi fiasco como oriundo invertido, no me quedó más remedio que ser español durante un
largo y duro periodo de mi vida, largo y duro no por ser español, que nunca he
tenido reparos en serlo ni padecerlo, sino porque durante ese tiempo tuve que
realizar el servicio militar obligatorio, me mandaron a Melilla, pero como
desde el primer momento te dejan muy clarito lo que eres y de dónde eres, pues
no me pude hacer ni siquiera marroquí, no por falta de ganas, sino por peligro
de consejo de guerra por deserción, traición y todos los cargos imputables
acabados en ón.
Todo pasa y todo llega..
Acabado mi deber con la patria, y convertido por el Ejército Español en
un hombre de provecho, opté por dejarme el pelo largo, comprarme un abrigo tres
cuartos de fieltro beige, y hacerme poeta, que es algo así como no ser de ningún
sitio y de todos a la vez y dispuse que mi patria serían los oscuros bulevares,
los melancólicos andenes y las bucólicas auroras boreales. Viajé
de pueblo en pueblo en busca de la musa que inspirase mis poemas. No pasó mucho
tiempo hasta que di con ella, y nunca mejor dicho, fue en la estación de
Cendrejas del Padrastro (Guadalajara)
mientras yo esperaba al Talgo 911 procedente de Zamora con destino Albacete
que llegaba con 49 minutos y 33 segundos de retraso, aproximadamente. Allí
estaba ella, menuda y enjuta como una boina capada, con su melena de espigas de
trigo agitada al viento y su mirada perdida en el horizonte esperando sabe Diós qué. Me acerqué silencioso por su espalda, deslicé mis frágiles manos por
sus hombros y comencé a susurrar en su oído unos versos improvisados para la
ocasión, pero la vida te da sorpresas,
sorpresas te da la vida y si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos. Mi recién estrenada musa, debido casi seguro al sobresalto provocado por mi
inesperada y alevosa aparición por la retaguardia, no tuvo mejor
idea que salir corriendo despavorida hacia el otro lado de las vías, momento
este que coincidió con la llegada del fatídico Talgo 911 procedente de Zamora con destino a Albacete, a la estación de Cendrejas del Padrastro, 10 minutos y
26 segundos antes de lo previsto, retraso incluído, llevándose por delante a mi futura fuente de
inspiración y quién sabe si también algo más. Como no llegué a saber su nombre,
la llamé Eleonora, que suena a nombre de mujer de poeta desconsolado, lloré amargamente su ausencia y le dediqué mis últimos
ripios en una antología titulada “Suicidio por amor en Cendrejas del Padrastro”, que nunca llegué a publicar
.
Viendo que la vida de poeta no acarreaba más que desgracias
y desamores, pensé que lo mejor sería buscarme un trabajo honrado y un
domicilio fijo pero antes de eso, cambié radicalmente de nacionalidad y me hice
escandinavo, Sueco, más concretamente y no me arrepiento de ello, fueron los
diez años más felices de mi vida, desde que me hice el sueco, todo lo que
pasaba a mi alrededor no me influía lo más mínimo, ni la subida del ipc, ni el
aumento del paro, ni los expedientes de regulación, ni la orden de desahucio, nada oiga, que pasaba de todo vamos,
que con presentar las credenciales de mi nacionalidad y silbar cualquier melodía de ascensor mirando
hacia otro lado, asunto resuelto. Pero como todo lo bueno acaba tarde o
temprano, un día a las 6:00 a.m. o
sea, temprano pero mucho, llamó a mi puerta un señor muy bien vestido, con su
sombrero de copa y todo y un maletín en su mano izquierda, no le faltaba detalle al tío, tan bien vestido
iba, que en un principio creí que venía a recoger un premio Nobel, o a decirme
que la próxima semana hablaría del gobierno, pero no, se aprovechó el sinvergüenza debido a
mi estado de somnolencia solo llevaba un ojo abierto y lleno de legañas, para abrumarme con no se qué asunto de unas facturas y
unas letras sin pagar y la promesa de que no dejaría de seguirme hasta que no
diese por satisfechas dichas deudas contraídas por mi persona. Yo al principio
no le di mayor importancia y con mucho orgullo hacia el pueblo que me vio hacerme, me
ídem el sueco, pero el inquebrantable hombrecillo se convirtió en mi sombra
literal hasta tal punto que esa Noche Buena yo cené en su casa con su mujer, sus repelentes cinco hijas y una suegra de Cercedilla adoptada y la Noche Vieja ellos vinieron a la
mía, nos deseamos lo mejor para el año venidero, nos abrazamos y brindamos
con champán, bueno él no porque estaba de servicio. Mi plan para deshacerme del pelmazo recaudador era aguantar hasta carnavales y apuntarlo en el concurso de disfraces de la
Asociación de Deudores Anónimos, a ver si así le conseguía dar esquinazo durante el desfile y
largarme a otro país donde estuviese prohibido que alguien te siguiese por la
calle y se inmiscuyese en tu intimidad como por ejemplo los Estados Unidos o similares, pero como el elemento no tragó con lo del concurso, cambié de plan y
decidí casarme con su hija mayor, de nombre Vicenta, le juré mi amor eterno, un
día que su padre pestañeó dos veces seguidas, mantuvimos un noviazgo de a tres
durante varios meses y nos casamos un 13 de septiembre, día de San Ligorio
Ermitaño y Mártir, en la iglesia de los Santísimos Redimidos del Pecado. Di el
sí quiero, besé a la novia, el señor cura nos declaró marido y mujer y salimos
de la iglesia escoltados por el padre de la criatura entre vivas los novios y un puñado de
arroz que tiró un tío rico de Vicenta que había llegado de Torredembarra. El padre,
como no podía ser de otra manera, iba el más elegante de la ceremonia, maletín
en mano izquierda incluido. Esa misma tarde salimos los tres de luna de miel
camino de Zaragoza, nuestra primera noche como matrimonio la pasamos en una
pensión situada en la calle de La Virgen número 3. Al padre, le tuvimos que amenazar con
no ponerle su nombre al futuro vástago y heredero que naciese fruto del amor conyugal si
esa noche no la pasaba lejos del lecho amatorio. Aceptó, con cierta reticencia,
eso sí, y esa noche durmió en una
habitación contigua a la nuestra. Una vez a solas me acerqué a Vicenta, la
agarré por la cintura y la besé con pasión, como había visto en las películas
de amor, ella se dejó hacer pudorosa pero entregada, nuestros cuerpos se
restregaban y la temperatura corporal iba cogiendo cotas insospechadas. Le
desabroché el vestido que calló como cae el telón al acabar la función, ella se
cubrió con las manos. Apaga la luz, me ordenó. Está bien le dije, túmbate en la
cama y cierra los ojos, ella obedeció, se tendió sobre el catre, cerró los ojos...
y ya no me volvió a ver más en su vida. Apagué la luz salí de la habitación
como alma que lleva el diablo y escapé bajando las escaleras de cuatro en tres
antes de que la repelente niña diese aviso a mi sombra, que si bien es verdad
que al principio se me hizo algo extraño cohabitar sin su presencia a mi lado,
al poco tiempo me acostumbre de nuevo a vivir conmigo mismo y ya nunca volví a
abrir la puerta de casa, ni siquiera cuando llaman ofreciendo grandes
descuentos por cambiar de compañía eléctrica, bueno como ya he dicho antes con
las negras con puntillo siempre hago una excepción.
A partir de ese momento mi vida transcurrió por múltiples y
dispares caminos, me hice Niño de San Ildefonso, me echaron un día que se me
olvidó afeitarme por la mañana tras una noche de farra. Semáforo en la Diagonal
de Barcelona, me cambiaron por un paso de cebra. Lucero del Alba, caí en
desuso. Almanaque de pared, duré un año
y pusieron en mi lugar a uno nuevo. Toro de Osborne en el Ampurdán, motivos
obvios. Graffitero en el Sáhara, lo dejé por incomprendido... Un montón de
historias absurdas e increíbles para unos, conmovedoras y apasionantes para
otros, oficios sin beneficios que adornan o ensucian mi currículum, y que dan muestra fehaciente de que es ésta y no
otra es mi manera de disfrutar de la vida sin que nada ni nadie me la quite. Por
eso y por muchas otras razones, entre las que se encuentran días como el de
ayer, como el de anteayer y muchos más de este para algunos fatídico 2013
del que yo como mínimo me siento agradecido, a él y a todos los que habéis hecho posible que lo disfrute a mi manera, declaro
que si yo, alguna vez en mi vida he querido ser o hacerme de algún lugar en concreto, ese,
sin duda alguna ha sido el Imperio austrohúngaro, ese en el que habitaban Berlanga,
Azcona y todos y cada uno de sus personajes y que de alguna manera me hubiese gustado que alguno de los cómicos que aparecían en el spot del que hablaba al principio se hubiese hecho o se hubiese ido.
Por lo tanto YO AUSTROHÚNGARO.
Feliz 2014 y sucesivos.
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