Contaba Ana María Matute en su discurso de aceptación del Premio Cervantes 2010, que había que hacer un esfuerzo por recuperar el cuento como estilo literario, hay que recalcar lo de "como estilo literario" porque lo del cuento puede dar para mucho en esta España de Rinconetes y Cortadillos, de Quijotes y Sanchos, de Zapateros y Marianos o de Mourinhos y Peps.
Ayer se consumaba un acto más de la Feria de Abril, en su semana de preferia, esa semana en la que la luz de los farolillos no deslumbra las retinas de los habitantes del Baratillo. Ayer el cuento tenía dos protagonistas principales: los toros de Victorino y Manuel Jesús "El Cid" sevillano de Salteras, y dos invitados de reparto, Juan José Padilla y Salvador Cortés.
El cuento tenía todos los ingredientes para un final feliz, pero la mano que mecía la pluma tergiversó la trama y diseñó un final inesperado, sobre todo por algunos, para acabar arrebatándole a Salvador Cortés con la espada lo que había ganado con la muleta toreando al natural con mucho temple a un victorino noble que cerraba plaza y que seguía a ritmo de corrido mexicano el trapo casi inerte de Cortés. El toro una vez que el sevillano se hubo asentado derrochó bondad y clase pero se me queda corto el bagaje de Salvador Crotés aunque tuviese en su mano la primera oreja de la feria si no llega a errar con el estoque.
Contaba también Ana María Matute en su discurso que en este mundo "el que no inventa, no vive". Es el caso de Juán José Padilla, un torero que se ha inventado una y mil veces y que se sigue reinventando cada tarde, ayer se sacó de la chistera un ramillete de verónicas con hondura, temple y suerte cargada rematadas con una media de fábula, como de fábula fueron las dos estocadas con que despachó a sus oponentes.
Érase una vez un torero poderoso con una mano izquierda capaz de embarcar embestidas fraticidas y purificarlas con su muleta hasta convertirlas en pastueñas y entregadas. No se puede decir que Manuel Jesús esté viviendo del cuento, porque todavía le queda crédito entre la legión de aficionados que convirtió a su causa, pero ya van demasiados desencantos y aunque aquella mano zurda siga siendo la misma, los terrenos han cambiado hasta tal punto que ayer sus propios invitados se comieron su pastel.
Y érase otra vez unos toros encastados de la ganadería de Victorino Martín que eran temidos por los espadas y admirados por los aficionados. A día de hoy el cuento ha cambiado mucho y aunque lo de ayer, después de ver lo que ha salido por los chiqueros de la Maestranza, no se puede considerar como un fracaso porque algunos toros en otras manos hubiésen sido otra cosa, ahora los Victorinos son temidos por los aficionados y admirados por los toreros y lamentablemente de este cuento no me sé el final aunque deseo que por el bien de la fiesta tenga un final feliz.
Ayer se consumaba un acto más de la Feria de Abril, en su semana de preferia, esa semana en la que la luz de los farolillos no deslumbra las retinas de los habitantes del Baratillo. Ayer el cuento tenía dos protagonistas principales: los toros de Victorino y Manuel Jesús "El Cid" sevillano de Salteras, y dos invitados de reparto, Juan José Padilla y Salvador Cortés.
El cuento tenía todos los ingredientes para un final feliz, pero la mano que mecía la pluma tergiversó la trama y diseñó un final inesperado, sobre todo por algunos, para acabar arrebatándole a Salvador Cortés con la espada lo que había ganado con la muleta toreando al natural con mucho temple a un victorino noble que cerraba plaza y que seguía a ritmo de corrido mexicano el trapo casi inerte de Cortés. El toro una vez que el sevillano se hubo asentado derrochó bondad y clase pero se me queda corto el bagaje de Salvador Crotés aunque tuviese en su mano la primera oreja de la feria si no llega a errar con el estoque.
Contaba también Ana María Matute en su discurso que en este mundo "el que no inventa, no vive". Es el caso de Juán José Padilla, un torero que se ha inventado una y mil veces y que se sigue reinventando cada tarde, ayer se sacó de la chistera un ramillete de verónicas con hondura, temple y suerte cargada rematadas con una media de fábula, como de fábula fueron las dos estocadas con que despachó a sus oponentes.
Érase una vez un torero poderoso con una mano izquierda capaz de embarcar embestidas fraticidas y purificarlas con su muleta hasta convertirlas en pastueñas y entregadas. No se puede decir que Manuel Jesús esté viviendo del cuento, porque todavía le queda crédito entre la legión de aficionados que convirtió a su causa, pero ya van demasiados desencantos y aunque aquella mano zurda siga siendo la misma, los terrenos han cambiado hasta tal punto que ayer sus propios invitados se comieron su pastel.
Y érase otra vez unos toros encastados de la ganadería de Victorino Martín que eran temidos por los espadas y admirados por los aficionados. A día de hoy el cuento ha cambiado mucho y aunque lo de ayer, después de ver lo que ha salido por los chiqueros de la Maestranza, no se puede considerar como un fracaso porque algunos toros en otras manos hubiésen sido otra cosa, ahora los Victorinos son temidos por los aficionados y admirados por los toreros y lamentablemente de este cuento no me sé el final aunque deseo que por el bien de la fiesta tenga un final feliz.
Disiento con Padilla, no en cuanto a las verónicas, que cierto es que fueron buenas, pero las estocadas las tildaría únicamente de certeras.
ResponderEliminar(Creo que es la única vez que te he llevado la contraria en mi vida, me atendré a las consecuencias).
Bien picao, maestro (esto para quitar hierro al asunto)
Certeras como tus sabios comentarios. Atente, atente.....
ResponderEliminar