sábado, 3 de abril de 2010

PASIÓN, FE Y DEVOCIÓN

Extracto del libro "CURRO VÁZQUEZ, SOMBRA ILUMINADA"
escrito por Javier Villán.

No hay majeza, si no hay desafío. Y si no hay desafío no hay pasión. Y sin pasión tampoco hay toreo. Pasión, aceleración de la sangre, arrebato enfriándose en la mente. Pasión de padecer, de sufrir. El arte tiene sus abismos y sus tormentos. Su inteligencia clara. Toreo al natural de Curro Vázquez: subida a los cielos por el sufrimiento. Éxtasis del abismo. El camino del toro es la encrucijada del torero. Ahí se crucifican todas las teorías. La muleta no es engaño y hasta parece supérflua. Torea el cuerpo, torea el alma a través del cuerpo. No existe el cuerpo, sino como un apéndice de la divinidad. De frente. Si el toro se arrancara en esos momentos, si el toro arremetiera antes de que la muleta vuele hacia su hocico, el pecho de Curro Vázquez sería el único dique a la fiereza desbordada; su cuerpo el destino del derrote. La muleta está atrás, en el momento exacto de iniciar el gesto del cite. La mano derecha levemente apoyada en la cadera, el estoque colgando por la espalda. Para que ninguna excrecencia rompa la armonía de la figura, para que ninguna fuga libere la tensión que ha de centrarse, únicamente, en el lance. Esa tensión es intensidad, pero nunca debe ser agarrotamiento. Es una corriente espiritual que recorre el cuerpo del torero. Se percibe cuando Curro asienta los pies sobre la arena, cuando avanza arrastrándolos centímetro a centímetro. Es el primer tiempo del natural; citando la frente de frente, buscando con la mirada la del toro, retrasando la muleta para medir el ritmo, para adelantarla enseguida y traérselo. Sólo cuando el toro esté llegando a jurisdicción, el torero empezará a liberar la tensión acumulada. Para que todo parezca de terciopelo y ala. Es el secreto de la naturalidad de Curro Vázquez: la gradual liberación de los sentidos. Como si flotaran en el aire


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